Inauguración: Sábado 10.08.24 a las 19:00h
Sala B
Del 10.08.24 al 24.08.24

 

Estábamos seguras de que por allí nadie había pasado. Lo cierto es que el camino se hallaba intransitable luego de varios días de lluvia torrencial y nadie sabe lo que en realidad sucedió. ¿Huyeron?

Una luna, en cuarto creciente, iluminaba con una claridad difusa los sombríos contornos del bosque cercano. El resplandor grisáceo como una neblina se elevaba del suelo, de la inmensa y desnuda extensión color tiza. Incluso el horizonte no causaba la ilusión de que cielo y tierra se unieran, sino que el primero siempre se hallaba más allá.

Del lado de aquellas altísimas montañas, que desde allí parecían azules, todo era quietud y silencio. A la izquierda, se prolongaba un espacio, parcialmente cubierto de árboles y matorrales, que descendían en suave declive. Abajo, a la derecha, se distinguía un espacio rodeado de peñascos.

Hace mucho frío, pero tenemos leña, y aquí estamos, acostumbradas a la nieve y a los vientos.

Su verdor apareció una mañana muy temprano; un cielo rosado se extendía sobre la pintoresca bahía llena de pequeñas barcas. “Jamás olvidaré esa hermosa visión”, dijo. Los árboles no lucían aún sus hojas, pero las yemas se hinchaban repletas de savia. En cada yema se presentía la presencia  de retoños jóvenes, de futuros frutos, escondidos, concentrados, prontos para lanzarse hacia la luz. Comprendimos que iba a sucedernos algo bueno, y comenzamos a construir castillos en el aire.

Era la hora más hermosa. El sol no había salido aún… el viento traía el perfume de los campos lejanos y en los huertos cantaban los pájaros como sólo cantan al rayar el día. “A mí me gustan las flores y las aves”, dijo. Era un momento tranquilo y feliz. El bote había llegado a la orilla. “Me dejaré llevar”, dijo.

Si nos ven tristes, no es por haber dejado una tierra poco productiva donde nos iba mal, sino porque este viaje se parecía demasiado a otros. Sin embargo, a pesar de las distancias, siempre es agradable volver a esos lugares año por año. El paisaje, los niños, la gente, encerraban en su interior algo común y mágico que nos subyugaba.

Nunca tuvimos miedo. Tan solo algunos momentos vacilantes. Cuando nos encontramos con las veredas, con las casas, con los árboles. Cuando nos encontramos con un niño que nos mira de frente, nos hacemos niñas y somos felices. “¿Y la felicidad?”, dijo. Entonces todo está bien. La felicidad es una palabra, la más parecida a un estado especial del alma que tiene la duración de un soplo. “Creo que no conozco la libertad”, dijo. Tal vez porque no conocemos estos cuerpos que nos aprisionan.

Las de acá